viernes, 31 de diciembre de 2010

NOTA 9. El evangelio de la gracia de Dios

NOTA 9.   El evangelio de la gracia de Dios (véase Capítulo 12, últimas páginas).

Según la ley inglesa, el «día del Señor» —que es como se designa al domingo en las antiguas leyes— es un día en el que no puede actuar ningún juez ni magistrado, y en el que no puede reunirse ningún jurado. El criminal puede haber sido atrapado en flagrante delito, pero todo lo que la ley puede hacer es tenerlo bajo custodia hasta que haya transcurrido el día de la gracia y que un tribunal competente pueda ver su causa. Si nuestra ley fuera más allá en la misma dirección y se suspendieran también las funciones de la policía, se tendría una ilustración más idónea de la gran verdad que tenemos aquí presente. Pero para redondear la parábola tendríamos que ir aún más lejos, y suponer que el criminal no sólo goza momentáneamente incluso de inmunidad de arresto, sino que hay además una amnistía en vigor mediante la cual puede obtener una inmunidad total de todas las consecuencias de su crimen.
Pero utilizar un lenguaje así es como hablar en un idioma desconocido; y pasar a las palabras de las Escrituras para respaldarlo significa arriesgarse a perder totalmente la atención de los lectores. El misterio del Evangelio es que Dios puede justificar a un pecador, y sin embargo ser justo. Él justifica al impío. «Al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia» (Ro. 4:5). Aquí tenemos otra afirmación afín: «La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres ...». Y sigue el pasaje en 3:3: «Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia» (Tit. 2:11-14 y 3:3-5). O si alguien quiere palabras pronunciadas por la boca misma de nuestro bendito Señor, se hallarán en muchos pasajes de los Evangelios. Aquí, por ejemplo, tenemos Su testimonio a Nicodemo: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».
¿No estamos entonces justificados al afirmar que el perdón y la vida eterna se ponen al alcance de todos; que el cielo se hace tan libremente accesible a las personas pecadoras como sólo pueden hacerlo un amor y una gracia infinitos? Si las palabras tienen algún significado, esta y no otra es la verdad. Pero, ¿qué trato recibe este Evangelio? En la mente de los religiosos suscita la mayor indignación. Ya no se quema a los hombres en las hogueras por proclamarlo, como se solía hacer en días más tenebrosos, pero aunque su ira se expresa de maneras más suaves sigue igual de intensa. Y en el común de la gente no provoca ninguna impresión. En cierta ocasión un hombre se detuvo en el Puente de Londres, por una apuesta, ofreciendo monedas de oro por unos pocos céntimos. El anuncio que tenía expuesto estaba redactado de una manera muy clara, y cientos de transeúntes lo leyeron. Pero todos lo leyeron incrédulamente, y por tanto con indiferencia. El hombre ganó la apuesta: ¡No le compraron ni una sola moneda de oro! Y por la misma razón se ignora «el Evangelio de la gracia de Dios». Y por ello será ignorado por cientos que lean estas páginas. Los hombres están poseídos por la convicción de que la vida eterna solamente se puede obtener cumpliendo unas condiciones irrealizables, y en consecuencia la actitud que tienen hacia toda esta cuestión es de apatía. Pero la apatía da paso a la ira si alguien se atreve a hablar de un juicio eterno y de un infierno para el no arrepentido. Ninguna blasfemia puede ser demasiado osada para lanzarla a un Dios que no quiere llevar al cielo al pecador de la manera en que un policía lleva a un preso borracho al calabozo —¡sin su consentimiento o, si es necesario, en contra de su voluntad!
Pero el hombre, hecho a la imagen de Dios, está dotado de una voluntad, y es a esta voluntad a la que se dirige el llamamiento divino. «Y no queréis venir a mí para que tengáis vida» fue el ruego ansioso del Señor a aquellos que oían Sus palabras pero que rehusaban prestar atención. «El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente». El propio cielo de Dios es el hogar al que está llamando a los hombres pecadores. El infierno no ha sido preparado para ellos, sino para el diablo y para sus ángeles. Pero si los hombres rechazan a Cristo y toman partido por Satanás, deberán segar lo que han sembrado.

SEGUIR LEYENDO


Historia:
Fecha de primera publicación en inglés: 1897
Traducción del inglés: Santiago Escuain
Primera traducción publicada por Editorial Portavoz en castellano en 1983
OCR 2010 por Andreu Escuain
Nueva traducción © 2010 cotejando la antigua traducción y con constante referencia al original inglés, Santiago Escuain
Quedan reservados todos los derechos. Se permite su difusión para usos no comerciales condicionado a que se mantenga la integridad de la obra, sin cambios ni enmiendas de ninguna clase.

No hay comentarios:

Publicar un comentario