viernes, 31 de diciembre de 2010

NOTA 11. Sobre los ataques «críticos»

NOTA 11. Sobre los ataques «críticos» (véase Capítulo 13, nota al pie 4)
El escéptico raras veces admite que una posición que él haya mantenido alguna vez sea insostenible, y hay una señalada excepción a ello que merece una mención especial. No contento con haber descuartizado el Antiguo Testamento, la crítica se ha lanzado también a un desenfrenado ataque contra el Nuevo Testamento. «Se ha demostrado» (dice un escritor reciente) «que la selección de los libros que lo componen y su separación de la gran masa de falsos Evangelios, epístolas, y literatura apocalíptica constituyó un proceso gradual y que, en verdad, el rechazo de algunos de los libros y la aceptación de otros fue accidental».[1] Pero todo esto ha sido ahora desmentido por la mayor autoridad viviente sobre el tema, el profesor Harnack de Berlín. Y su testimonio es tanto más valioso debido a que no muestra ninguna señal de arrepentimiento respecto a su absoluto rechazo del cristianismo. Él mismo, el mayor campeón de la antiortodoxia, admite abiertamente que en este asunto los críticos están equivocados y que los ortodoxos están en lo cierto. Presento aquí un extracto del prefacio de su reciente obra acerca de The Chronology of the Oldest Christian Literature (La cronología de la literatura cristiana más primitiva):
«Hubo un tiempo —y desde luego el público en general no lo ha superado— en que se consideraba que la literatura cristiana más antigua, incluyendo el Nuevo Testamento, era un tejido de engaños y de falsificaciones. Este tiempo ha pasado. Para la ciencia fue un episodio en el que aprendió mucho, y después del cual tiene mucho que olvidar. No obstante, los resultados de las siguientes investigaciones van en una dirección “reaccionaria”, más allá de lo que podría denominarse la posición intermedia de la crítica actual. La literatura más antigua de la Iglesia, en todos sus puntos principales y en la mayor parte de los detalles es, desde el punto de vista de la crítica literaria, genuina y digna de confianza. En todo el Nuevo Testamento hay con toda probabilidad sólo un escrito aislado que puede considerarse como seudónimo en el sentido estricto de la palabra: esto es, la Segunda Epístola de Pedro.»
Esta es solamente una de las muchas pruebas de que se ha invertido la marea que en años recientes amenazaba con minar la fe cristiana. En el escepticismo de nuestra época no hay nada especial, excepto que muchos de sus paladines son personas que están comprometidas públicamente y pagadas para enseñar precisamente lo que niegan. Son sólo los inestables y los ignorantes los que resultan abrumados por un libro como el que acabamos de mencionar.[2] Ni los bien instruidos ni los espirituales pueden ser por ello inducidos a rechazar la Biblia como un fraude y el cristianismo como una superstición. Pueden comprender la diferencia entre una revelación divina y los comentarios humanos. Para dar un solo ejemplo, no consideran que la cronología Ussher-Lloyd en el margen de nuestra Biblia inglesa sea «igualmente inspirada que el mismo texto sagrado».[3] Y en tanto que rehúsan aceptar crédulamente las extravagantes conjeturas de ciertos egiptólogos acerca de la antigüedad de antiguas dinastías, reconocen que los «períodos conjeturales» entre el Diluvio y el Reino deben ser más extendidos.
Si eliminamos de una parte los errores de los teólogos y de los «armonizadores», y de la otra las teorías (en distinción a los datos) de la ciencia, el voluminoso tratado de A. D. White quedaría reducido a proporciones muy pequeñas. Toda la controversia sobre la «cosmogonía mosaica» desaparece en el acto, y muchos de los asuntos que parecen de gran importancia se desvancen al fondo de la imagen o desaparecen por completo. Además, existe en las Sagradas Escrituras una «armonía escondida» desconocida por aquellos que ignoran el esquema de tipo y de profecía que impregna a la totalidad. El estudio de dicha armonía constituye un verdadero antídoto al escepticismo. No hay ningún estudioso de la profecía que sea escéptico. Y por lo que se refiere a la tipología de las Escrituras, que constituye el alfabeto del lenguaje en el que está escrito el Nuevo Testamento, no hay ni uno solo de los racionalistas que haya dado pruebas de poseer ningún conocimiento de ella. La ignorancia del alfabeto constituye una debilidad fatal por parte de quienes pretenden exponer el texto; y esta ignorancia, que Hengstenberg lamentó en sus tiempos, sigue siendo absoluta sin excepción en el caso de todos aquellos que están intentando demostrar que la Biblia es tan solo un libro humano. «La verdad extrae la armonía oculta, cuando la incredulidad solamente puede negar desde un obtuso dogmatismo.»



[1] White, A. D., Warfare of Science with Theology, vol. II, p. 388. El nombramiento de este escritor para la Embajada Americana en Berlín atraerá, indudablemente, una creciente atención a su obra. Queda patente su habilidad forense en la utilización que hace de su gran erudición; porque, aparte de una importante omisión, su obra es totalmente enciclopédica. Su acusación contra la «teología» es abrumadora y, naturalmente, veo con simpatía mucho de lo que dice. Pero del cristianismo, por lo que se puede ver en su tratado, no conoce nada en absoluto. Para él nuestro divino Señor es tan solamente «el bendito fundador» de la religión cristiana, el Buda de la cristiandad. En realidad pertenece a la numerosa clase de personas a las que, sin pretender ofender, se las puede describir de una manera apta como budistas cristianizados.
[2] Ibid.
[3] Ibid, vol. I, pág. 253.


Historia:
Fecha de primera publicación en inglés: 1897
Traducción del inglés: Santiago Escuain
Primera traducción publicada por Editorial Portavoz en castellano en 1983
OCR 2010 por Andreu Escuain
Nueva traducción © 2010 cotejando la antigua traducción y con constante referencia al original inglés, Santiago Escuain
Quedan reservados todos los derechos. Se permite su difusión para usos no comerciales condicionado a que se mantenga la integridad de la obra, sin cambios ni enmiendas de ninguna clase.

NOTA 10. El valor de la oración

NOTA 10.   El valor de la oración (véase Capítulo 13, nota al pie 13)

«Entonces, ¿qué valor tiene la oración?», se preguntarán algunos, y «¿qué lugar queda para ella?». Es con gran cautela que me atrevo a expresar mis pensamientos sobre esta cuestión que durante mucho tiempo se han formado en mi mente. Y lo hago solamente porque es posible que con ello pueda aliviar a muchos que se siente amargamente decepcionados ante el aparente incumplimiento de las promesas que aparecen en los Evangelios con respecto a la oración. Las palabras no pueden ser más claras cuando el Señor expresa a Sus discípulos que el poder del Todopoderoso estaba totalmente a disposición de ellos, si tan sólo tenían fe. Cuando se asombraron de que la higuera se hubiera secado por Su palabra, les dijo que también ellos podrían ordenar aquello, e incluso que una montaña se moviera de su sitio. Y les dijo además: «Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mt. 21:20-22). ¡Cuántos hay que con el más intenso fervor han reclamado el cumplimiento de estas promesas, y han cosechado una amarga decepción que ha hecho vacilar su fe! Naturalmente, es fácil explicar el fracaso leyendo en esta promesa unas condiciones de uno u otro tipo, aunque el Señor mismo no puso ningunas. Pero en lugar de manipular Sus palabras, consideremos si la verdadera solución a esta dificultad no puede hallarse en la verdad que se ha tratado de exponer a lo largo de estas páginas.
Y aquí llama la atención el hecho extraordinario de que mientras que el testimonio de la dispensación pentecostal nos presenta el cumplimiento práctico de todas estas promesas, las Epístolas, que desarrollan la doctrina de la presente dispensación y que describen la vida que se ajusta a dicha doctrina —la vida de la fe— inculcan pensamientos esencialmente diferentes acerca de la oración, pensamientos que están totalmente de acuerdo con la verdadera experiencia de los cristianos espirituales.[1]
Algunos quizá podrán alegar que, en tanto que los Evangelios más antiguos pudieran recibir esta explicación, San Juan no puede ser tratado de esta forma. Como respuesta sólo puedo alegar que el lector reflexivo considere si cada palabra dirigida a los apóstoles se ha de entender como aplicable a todos los creyentes en todas las épocas o no. Tomemos Juan 14:12 para someter esto a prueba. ¿Acaso cada creyente está dotado de poderes milagrosos iguales o mayores que los ejercidos por el Señor mismo? Inmediatamente nos encontramos dispuestos a limitar el alcance de estas palabras. Entonces, ¿está tan claro que las palabras que siguen inmediatamente son de aplicación universal? Tenemos el hecho, repito, de que estas dos promesas se demostraron ciertas en la dispensación pentecostal, y que ninguna de ellas ha resultado de aplicación en la iglesia cristiana.[2] Lo mismo sucede con los pasajes del capítulo 15:16 y del 16:23 y siguientes.
Pero se preguntará: ¿No se repite explícitamente esta promesa en la Primera Epístola de San Juan (3:22 y 5:14-15)? No creo. Me parece que los apóstoles fueron dotados en un sentido especial tanto para actuar como para orar en el nombre del Señor Jesús, mientras que el cristiano debería inclinarse ante las palabras «según Su voluntad». Como señala aquí el Deán Alford: «Si conociéramos totalmente Su voluntad, y nos sometiéramos a ella de corazón, nos sería imposible pedir nada, tanto para el espíritu como para el cuerpo, que Él no lo oyese y lo cumpliese. Y es este estado ideal, como siempre, el que el apóstol tiene a la vista». Pero con demasiada frecuencia el cristiano hace que sus propios anhelos o sus propios intereses, y no la voluntad divina, formen la base de su oración; luego procede a persuadirse a sí mismo de que su petición será concedida; a continuación considera que esta «fe» constituye una garantía de que su oración ha sido atendida; y al final, cuando la conclusión desmiente sus esperanzas, deja paso a la amargura y a la incredulidad. La verdadera fe se halla siempre preparada para un rechazo. Algunos, leemos, por medio de la fe «obtuvieron las promesas»; pero no es menos que «por medio de la fe» «otros fueron atormentados, no aceptando el rescate».
Algunos creerán quizás que todo lo que aquí se alega queda suficientemente refutado por las llamadas «extraordinarias respuestas a la oración», como las que ciertos cristianos han experimentado en todas las edades. Pero este argumento se refuta a sí mismo. Se las consideraba con justicia como «extraordinarias respuestas» precisamente porque son excepcionales. Nadie se atreverá a limitar lo que Dios hará por el creyente. Pero hacer de la experiencia de algunos la norma de fe de todos es uno de los mayores errores y lazos de la vida cristiana. Si estas promesas fuesen de aplicación universal, el hecho de que toda respuesta a la oración deba considerarse como extraordinaria en ningún sentido constituiría una prueba de una apostasía general.
Un examen detallado de los pasajes de las Epístolas que se refieren a esta cuestión iría mucho más allá de los límites de una nota. Uno más podrá ser suficiente. Aludo a las conocidas palabras de Filipenses 4:6-7: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús». Es una cosa seria hacer peticiones incondicionales a Dios. Al registro de estas oraciones se pueden a menudo añadir las solemnes palabras: «Y él les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos». Ezequías oró de esta manera. Demandó una prolongación a su vida, y Dios concedió su petición; y los años de demás le dieron a su hijo Manasés, ¡y las consecuencias del pecado de Manasés (que Dios «no quiso perdonar») descansan aún como una plaga y una maldición sobre aquella nación! Este tipo de oración, lo voy a decir abiertamente, es impropia del cristiano. ¡Qué diferente es la enseñanza del Espíritu de Dios! Es posible que la vida del esposo o de la esposa, del padre o del hijo, esté en el fiel de la balanza: ¿Cuál habrá de ser la actitud del creyente? ¿Clamar como Ezequías clamó, e incurrir en los terribles riesgos que la respuesta pueda comportar? ¿O «en toda oración y ruego, con acción de gracias», dejar la petición delante de Dios; y habiendo así dejado la petición delante de Él, confiar en Su amor y en Su sabiduría respecto a la conclusión? Así es como el apóstol oró cuando buscaba alivio a aquel misterioso obstáculo a su ministerio; y el rechazo a su petición, en lugar de inducirle a la amargura en su alma, sirvió solamente para enseñarle más del «poder de Cristo» (2 Co. 12:8-9). Y, por encima de todo, así fue como el Maestro oró en el huerto de Getsemaní (Mt. 24:39-42).
La oración, en la era de Pentecostés, era como extender cheques para obtener efectivo en caja. La oración de la dispensación cristiana —esto es, de la vida de la fe— es dar a conocer nuestras peticiones a Dios y quedar en paz. Si el asunto que planteamos quedase dentro de la capacidad de un amigo para solucionarlo —de un amigo en cuya sabiduría confiamos y de cuya amistad estamos totalmente seguros— ¿no deberíamos contentarnos con decir, después de decírselo todo: «Ahora ya sabes mis sentimientos y mis deseos, y lo dejo todo en tus manos»? Y Dios nos invita precisamente a esto.

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[1] Santiago 5:14 puede ser una excepción. Pero sin suscitar la cuestión acerca de si «los ancianos de la iglesia» se han de hallar en nuestros días en existencia, podrá ser suficiente señalar que esta epístola, al estar expresamente dirigida a Israel (cap. 1:1), pertenece dispensacionalmente a la era pentecostal, que será renovada cuando Israel sea restaurado.
[2] Ver el capítulo 5. Tengo la convicción de que serán igualmente ciertas en la dispensación que todavía está en el futuro; pero no entro aquí en estas cuestiones.


Historia:
Fecha de primera publicación en inglés: 1897
Traducción del inglés: Santiago Escuain
Primera traducción publicada por Editorial Portavoz en castellano en 1983
OCR 2010 por Andreu Escuain
Nueva traducción © 2010 cotejando la antigua traducción y con constante referencia al original inglés, Santiago Escuain
Quedan reservados todos los derechos. Se permite su difusión para usos no comerciales condicionado a que se mantenga la integridad de la obra, sin cambios ni enmiendas de ninguna clase.

NOTA 9. El evangelio de la gracia de Dios

NOTA 9.   El evangelio de la gracia de Dios (véase Capítulo 12, últimas páginas).

Según la ley inglesa, el «día del Señor» —que es como se designa al domingo en las antiguas leyes— es un día en el que no puede actuar ningún juez ni magistrado, y en el que no puede reunirse ningún jurado. El criminal puede haber sido atrapado en flagrante delito, pero todo lo que la ley puede hacer es tenerlo bajo custodia hasta que haya transcurrido el día de la gracia y que un tribunal competente pueda ver su causa. Si nuestra ley fuera más allá en la misma dirección y se suspendieran también las funciones de la policía, se tendría una ilustración más idónea de la gran verdad que tenemos aquí presente. Pero para redondear la parábola tendríamos que ir aún más lejos, y suponer que el criminal no sólo goza momentáneamente incluso de inmunidad de arresto, sino que hay además una amnistía en vigor mediante la cual puede obtener una inmunidad total de todas las consecuencias de su crimen.
Pero utilizar un lenguaje así es como hablar en un idioma desconocido; y pasar a las palabras de las Escrituras para respaldarlo significa arriesgarse a perder totalmente la atención de los lectores. El misterio del Evangelio es que Dios puede justificar a un pecador, y sin embargo ser justo. Él justifica al impío. «Al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia» (Ro. 4:5). Aquí tenemos otra afirmación afín: «La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres ...». Y sigue el pasaje en 3:3: «Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia» (Tit. 2:11-14 y 3:3-5). O si alguien quiere palabras pronunciadas por la boca misma de nuestro bendito Señor, se hallarán en muchos pasajes de los Evangelios. Aquí, por ejemplo, tenemos Su testimonio a Nicodemo: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».
¿No estamos entonces justificados al afirmar que el perdón y la vida eterna se ponen al alcance de todos; que el cielo se hace tan libremente accesible a las personas pecadoras como sólo pueden hacerlo un amor y una gracia infinitos? Si las palabras tienen algún significado, esta y no otra es la verdad. Pero, ¿qué trato recibe este Evangelio? En la mente de los religiosos suscita la mayor indignación. Ya no se quema a los hombres en las hogueras por proclamarlo, como se solía hacer en días más tenebrosos, pero aunque su ira se expresa de maneras más suaves sigue igual de intensa. Y en el común de la gente no provoca ninguna impresión. En cierta ocasión un hombre se detuvo en el Puente de Londres, por una apuesta, ofreciendo monedas de oro por unos pocos céntimos. El anuncio que tenía expuesto estaba redactado de una manera muy clara, y cientos de transeúntes lo leyeron. Pero todos lo leyeron incrédulamente, y por tanto con indiferencia. El hombre ganó la apuesta: ¡No le compraron ni una sola moneda de oro! Y por la misma razón se ignora «el Evangelio de la gracia de Dios». Y por ello será ignorado por cientos que lean estas páginas. Los hombres están poseídos por la convicción de que la vida eterna solamente se puede obtener cumpliendo unas condiciones irrealizables, y en consecuencia la actitud que tienen hacia toda esta cuestión es de apatía. Pero la apatía da paso a la ira si alguien se atreve a hablar de un juicio eterno y de un infierno para el no arrepentido. Ninguna blasfemia puede ser demasiado osada para lanzarla a un Dios que no quiere llevar al cielo al pecador de la manera en que un policía lleva a un preso borracho al calabozo —¡sin su consentimiento o, si es necesario, en contra de su voluntad!
Pero el hombre, hecho a la imagen de Dios, está dotado de una voluntad, y es a esta voluntad a la que se dirige el llamamiento divino. «Y no queréis venir a mí para que tengáis vida» fue el ruego ansioso del Señor a aquellos que oían Sus palabras pero que rehusaban prestar atención. «El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente». El propio cielo de Dios es el hogar al que está llamando a los hombres pecadores. El infierno no ha sido preparado para ellos, sino para el diablo y para sus ángeles. Pero si los hombres rechazan a Cristo y toman partido por Satanás, deberán segar lo que han sembrado.

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NOTA 8. El mito acerca de Satanás

NOTA 8.   El mito acerca de Satanás (véase Capítulo 11, nota al pie 23, y Capítulo 23, nota al pie 38)

¡Cuán profundamente arraigada y aceptada está la creencia popular de que todos los hechos malvados de una cierta gravedad se deben a influencia satánica! Pero esta creencia sugiere una dificultad que ha desconcertado y contrariado a muchos cristianos reflexivos. Son multitudes innumerables las que así transgreden. Y no se encuentran solamente en las sórdidas estancias de los barrios bajos de nuestras ciudades, sino también en mansiones llenas de riqueza y de cultura; no solamente en nuestras grandes y poco atractivas ciudades, sino en cada pueblo y aldea de la nación. Y estas cosas tampoco son específicamente del dominio de Satanás. Al contrario, si el vicio y el crimen son señales de su presencia y poder, otros países tienen que reclamar más de su actividad que el nuestro. Y cuando nos dirigimos a los escenarios más tenebrosos del paganismo, la pasmosa relación de repelentes vicios y crueldades demuestran de que allí el diablo tiene que hallarse aun más ocupado que en la cristiandad. Pero si la mayoría de los muchos miles de millones de humanos se hallan bajo su influencia personal, tiene que estar familiarizado con la vida y las circunstancias de cada individuo. ¿Tenemos entonces que llegar a la conclusión de que en la práctica es omnipresente y omnisciente? ¿Tenemos que adscribirle estos atributos de la Deidad?
Por lo que se refiere al mundo invisible, toda creencia que no repose sobre la revelación es esencialmente supersticiosa: ¿cuál es entonces el testimonio de las Escrituras acerca de esta cuestión? El primer capítulo de la Epístola a los Romanos trata la condición de los paganos con una claridad que no deja nada que desear. Así, acudamos a este pasaje, y pongamos a prueba la creencia popular mediante el mismo. Estas son las palabras:
«Habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas... y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen (Ro. 1:21-28).»[1]
Si Satanás fuese el responsable inmediato de las inmoralidades más bajas de los hombres, es inconcebible que un pasaje así no aludiera a ello; pero no hay alusión alguna. Las palabras son claras y simples: «Dios los entregó»; y la naturaleza humana alienada de Dios explica propia corrupción en que los hombres han caído. Y no vale argumentar que aquí sólo se trata de la corrupción de los paganos. Si no se necesita del diablo para explicar las abominaciones del mundo pagano, ¿por qué qué apelar a lo sobrenatural para explicar los crímenes y vicios de la Cristiandad? Esto resulta tan antifilosófico como antiescriturario.
¿Y por qué iba Satanás a tentar a los hombres de esta manera? Esta forma de actuar sería inteligible si su poder sobre ellos dependiera de que llevasen vidas viciosas. Pero la Escritura pone en entredicho esta sugerencia. Algunos de los que le pertenecen son esclavos del vicio, pero otros son fanáticos religiosos de carácter intachable; y nuestro Señor declara de forma expresa que son los fanáticos los que están más alejados del reino.[2]
No se trata de que la inmoralidad sea un pasaporte para el cielo, ni ninguna recomendación al favor divino. Al contrario, es un camino a la «Ciudad de Destrucción»; pero es por esta misma razón que pone al hombre al alcance de la esperanza, porque es en la «Ciudad de la Destrucción» donde el Salvador está buscando a los perdidos. El devoto de vida intachable, que da gracias a Dios por no ser como los demás hombres, está totalmente del lado del diablo, mientras que si se viera tentado al pecado declarado, bien pudiera ser que fuese llevado a ponerse de rodillas para pronunciar aquella otra oración que traería a todo el cielo en su ayuda.
¡Cómo se simplificaría todo si la moralidad fuese una marca distintiva de los regenerados, y la inmoralidad caracterizase al resto! Pero no es el vicio el distintivo de la obra del diablo. Una de sus «estratagemas» es «una apariencia de piedad».[3] Entre los enemigos más peligrosos de Cristo y del cristianismo los hay que viven vidas puras y justas y que predican la justicia. «Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia».[4] Y si los «mismos elegidos» quedan engañados por el fraude, se debe principalmente porque están cegados por este error del mito acerca de Satanás.
No es, repito, en el dominio de la moral donde se manifiesta de forma patente la influencia del diablo, sino en la esfera espiritual. Nuestra raza no ha surgido de de Adán en la inocencia de Edén, sino del Adán caído y pecador proscrito. De modo que la naturaleza humana se encuentra envenenada desde su misma fuente por la ignorancia y desconfianza hacia Dios. Es una naturaleza caída. Y es Satanás quien así la hundió. ¿Y vamos a asombrarnos entonces de que pueda influir en las corrientes principales de pensamiento y de acción de los hombres respecto a las cosas divinas? ¡No hay para asombrarse de que pueda controlar la religión de la raza humana!
Todo esto puede provocar una reacción de menosprecio en el agnóstico, pero lo emplazamos a que ofrezca otra explicación de estos hechos tan evidentes. El evolucionista pretende explicar la condición de los estratos inferiores de la humanidad, pero, ¿cómo puede explicar los fenómenos de la religión de la Cristiandad? A pesar de todas las ventajas que ofrece la civilización, las personas han vendido las sublimes verdades del cristianismo por las supersticiones del paganismo del mundo antiguo. Fantasías como la regeneración bautismal y la posesión de poderes místicos por parte de una casta sacerdotal, son totalmente repugnantes para el cristianismo, y el judaísmo, incluso en su apostasía, se hallaba libre de ello; pero, a pesar de todo, han sido incorporadas como parte integral de la religión cristiana. Esto, por sí solo, constituye ya una prueba de que, por lo menos en lo que respecta al origen del hombre, la evolución es falsa y la historia de la caída en Edén es cierta.
Pero este tipo de influencia satánica no implica ningún conocimiento de la experiencia interna de cada vida ni la posesión de atributos divinos. No implica ninguna acción dirigida simultáneamente contra de millones de personas esparcidas por todo el globo. Que el diablo actúa efectivamente sobre ciertos individuos es cosa que sí sabemos; pero la Escritura nos indica que son casos excepcionales. La advertencia a los Doce de que Satanás los había pedido, aunque se dirigía a todos ellos, se dirigía especialmente a Pedro. Es perfectamente normal que intentase hacer caer a los que sobresalían como campeones de la verdad. Y el discípulo más humilde no puede considerarse inmune frente a sus ataques. Él «anda alrededor», leemos, «como león rugiente, buscando a quien devorar».[5] Y un león al acecho puede también cazar al más débil como presa suya. Esto puede explicar los conflictos que a veces ponen a prueba la fe incluso de los más humildes de los cristianos.
La antigua clasificación, «el mundo, la carne y el diablo», es verdadera. Y nuestra lucha no es contra carne ni sangre.[6] En la esfera de la carne nuestra seguridad reside en la huida. Pero es imposible huir de Satanás. «Huye de las pasiones juveniles»;[7] pero en cambio: «Resistid al diablo, y huirá de vosotros».[8] Esta distinción queda claramente marcada en las Escrituras. Las más bajas «concupiscencias de la carne» se encuentran totalmente bajo el control del hombre, a no ser que de cierto esté debilitado por una viciosa indulgencia. Pero en el caso de los más fuertes y santos de los hombres, la única defensa contra los ataques de Satanás es «toda la armadura de Dios».[9]
Ya he hablado de la intención y de los métodos del diablo. Nadie, insisto, puede afirmar que no pueda utilizar los medios más bajos para atrapar a un ministro de Cristo, y así estropear su testimonio y destruir su utilidad. Pero se debe insistir con toda claridad que su esfuerzo normal no será tentarnos al tipo de pecados que llevan a la contrición y que nos enseñan cuan débiles somos; más bien que, apartándonos hacia una mera moralidad o religión o filosofía, busca debilitar o destruir nuestra conciencia de dependencia de Dios. Porque el pecado puede humillar a un cristiano; pero la filosofía y religión humanas solamente pueden fortalecer su propia estimación. Y el «lazo del diablo» es la soberbia,[10] no la humildad.
Sabemos de cierto que hay «espíritus inmundos». Y es posible que ciertas fases anormales de corrupción se deban, incluso en nuestros días, a una posesión demoníaca; pero esto es algo completamente diferente de las tentaciones satánicas. Y tampoco todos los demonios son «inmundos». Las «doctrinas de demonios» contra las que se nos advierte «en los postreros días» no son las incitaciones al vicio, sino a una moralidad más exigente y a una espiritualidad más trascendente incluso que la que ordena el cristianismo. El matrimonio mismo resulta repulsivo para esta corriente ascética, y rechaza de plano ciertos tipos de alimentos «que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos todos los creyentes».[11]
Las flagrantes inmoralidades de algunos de los conversos de Corinto no suscitaron en el apóstol ninguna sugerencia de que provinieran de alguna influencia satánica, excepto, en verdad, como un posible medio para la restauración de aquellos que habían pecado.[12] La advertencia «para que Satanás no gane ventaja sobre nosotros», se da cuando el celo de ellos en mostrarse limpios traiciona el resentimiento que sentían contra los delincuentes.[13] Y fue la llegada de falsos maestros «predicando a otro Jesús» lo que suscitó la advertencia adicional contra la «astucia» de la Serpiente, para que sus mentes no fueran corrompidas de «la sincera fidelidad a Cristo».[14] De nuevo, cuando se desencadenó la persecución contra la iglesia en Tesalónica, actuó diligentemente para informarse de su fe, temiendo que les hubiera «tentado el Tentador», y que les fallara la confianza en Dios.
Hay un pasaje en las Escrituras que algunos creen que constituye la refutación de lo que aquí se mantiene. En realidad, se puede presentar más bien en apoyo de ello. Las siguientes son las palabras con que comienza el segundo capítulo de Efesios:
«Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás» (Ef. 2:1-3).
Los que leen este pasaje a la luz del mito acerca de Satanás se pierden por entero su especial enseñanza. La vida de todo hombre no regenerado, sea que esté significada por el vicio más burdo o por la moral más elevada, es «conforme al espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia». La vida de Saulo, el perseguidor, había sido tan pura e intachable como lo fue luego la vida de Pablo, el apóstol del Señor. Y, con todo, él se incluye a sí mismo con los conversos de Éfeso. De ahí el «todos» enfático del versículo tercero. Todos por igual habían andado «conforme al príncipe de la potestad del aire», y por ello, conforme a «la corriente de este mundo», porque Satanás es el príncipe de este mundo y su dios.[15] Bien lejos de implicar que sus «delitos y pecados» se debían a una incitación sobrenatural, el apóstol declara que habían sido totalmente naturales y humanos. Los sensuales gentiles no estaban sino «haciendo la voluntad de la carne», y el fanático judío «la voluntad de los pensamientos».[16] Porque los términos inmoralidad y pecado no son intercambiables. El primero tiene referencia a una norma arbitraria humana de lo que es recto; el segundo, a una norma totalmente divina. Como ya se ha indicado,[17] la esencia del pecado es rebeldía. El hombre fue dotado por su Creador con una voluntad totalmente libre. Pero, aunque toda la bendición dependía de que la mantuviera en sujeción, él la afirmó en oposición a la voluntad divina. Y, como resultado, «los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni [añade el apóstol] tampoco pueden».[18] Así, nuestra naturaleza caída ha quedado sujeta a su propia ley de la gravedad; y sería tan irrazonable esperar que un hombre realizase la hazaña física de elevarse levitando hacia el espacio como suponer que, aparte de la gracia divina, la vida de un pecador no regenerado pueda volverse hacia Dios. Tanto en un caso como en el otro, solamente un milagro puede explicar el fenómeno. Y era un milagro así el que habían experimentado tanto el apóstol mismo como los conversos efesios. De ahí las palabras adicionales: «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo».[19] Lo cierto es que no se necesita de ningún milagro para capacitar a los hombres para vivir vidas religiosas y morales. Aquí, las palabras del canto de Enid son ciertas:
«Porque el hombre es hombre, y dueño de su destino.»[20]
Es en la esfera espiritual que, por la ley de su naturaleza, siempre gravita hacia abajo, y se aparta de Dios.
Como conclusión, quisiera señalar de nuevo que el cristiano que se vuelve hacia la profecía con una mente exenta de prejuicios debidos a puntos de vista tradicionales acerca de Satanás, hallará un nuevo significado en las predicciones que tienen que ver con los «días postreros». Todo lo que el diablo reivindicó en la Tentación fue tener una autoridad delegada, como se desprende de las palabras mismas que utilizó. A él, dijo, le había sido «entregada» la potestad y gloria de los reinos del mundo.[21] Pero al cristiano se le ha enseñado a atribuir el poder y la gloria solamente a Dios. Así, en su último gran esfuerzo, el Satanás encarnado pretenderá ser divino.[22] Y la mentira, se nos dice, quedará acreditada «con todo poder y señales y milagros mentirosos».[23] El «milenio» de Dios será precedido y falsificado por el reinado del Hombre de Pecado. Y el hecho de que el diablo le dará «su trono y gran autoridad»[24] ha llevado a la suposición de que su gobierno estará marcado por orgías licenciosas de violencia y de concupiscencia. Pero, entonces, ¿cómo podemos explicar las palabras de Cristo, de que el mundo lo saludará como al verdadero Mesías y que, si fuere posible, engañaría a los mismos elegidos con su impostura?[25] Si las leemos con una evaluación correcta del Satanás de las Escrituras, estas palabras de nuestro Señor constituyen una advertencia de la máxima solemnidad, incluso para el día en que vivimos; pero leídas a la falsa luz del mito acerca de Satanás, permanecen como un enigma irresoluble.

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[1] Todo el pasaje desde el v. 18 demanda un estudio cuidadoso. La ciencia explica la condición del hombre civilizado por una evolución, aunque la única ley a la que puede señalar es a la de degeneración: el resto es mera teoría. La revelación explica el estado del mundo en general por el hecho de que, habiendo poseído originalmente el conocimiento de Dios, lo perdieron voluntariamente, y por ello Dios les dejó en la oscuridad de su propia elección deliberada.
[2] Mateo 21:31
[3] 2 Timoteo 3:5
[4] 2 Corintios 11:14-15
[5] 1 Pedro 5:8
[6] Efesios 6:12
[7] 2 Timoteo 2:22
[8] Santiago 4:7
[9] Efesios 6:11
[10] 1 Timoteo 3:6-7
[11] Ver 1 Timoteo 4:1-4. De pasada se puede señalar que, en los años recientes, tanto en Europa como en América, estas doctrinas han sido enseñadas insidiosamente por ciertos espiritistas, que apoyan sus enseñanzas con unas vidas aparentemente puras e intachables.
[12] 1 Corintios 5:1-5
[13] 2 Corintios 2:11
[14] 2 Corintios 11:3-4
[15] Juan 14:30; 16:11; 2 Corintios 4:4
[16] En el N. T., «la carne» significa, por lo general, o el cuerpo o naturaleza corporal del hombre, o la naturaleza humana como un todo, en su condición corrompida y caída. Pero en Efesios 2:3 se contrasta con «los pensamientos», y por ello parece significar la naturaleza corporal corrompida. En Efesios 1:18 y 4:18 (como también en 1 Jn. 5:20), se traduce διάνοια como «conocimiento». (En 1:18 la versión revisada inglesa lee καρδία.) San Pablo utiliza la palabra carne en sentidos diferentes, incluso en el mismo pasaje; ver, p. ej., Efesios 2:3,11,15.
[17] Capítulo 11, nota 9.
[18] Romanos 8:7
[19] Efesios 2:4-5
[20] Idylls of the King.
[21] Lucas 4:6
[22] 2 Tesalonicenses 2:4
[23] 2 Tesalonicenses 2:9
[24] Apocalipsis 13:2
[25] Mateo 24:24. Ver Nota 7.


Historia:
Fecha de primera publicación en inglés: 1897
Traducción del inglés: Santiago Escuain
Primera traducción publicada por Editorial Portavoz en castellano en 1983
OCR 2010 por Andreu Escuain
Nueva traducción © 2010 cotejando la antigua traducción y con constante referencia al original inglés, Santiago Escuain
Quedan reservados todos los derechos. Se permite su difusión para usos no comerciales condicionado a que se mantenga la integridad de la obra, sin cambios ni enmiendas de ninguna clase.

NOTA 7. Los efectos de la influencia de Satanás

NOTA 7.   Los efectos de la influencia de Satanás (véase Capítulo 11, nota al pie 14)

La exégesis que aquí se ofrece de Juan 8:44 no se basa en la gramática del artículo griego. Los revisores han adoptado un compromiso insatisfactorio entre exposición y traducción. «Hablar una mentira» es una construcción que no es inglesa (ni castellana –N. del T.). En nuestra lengua, la expresión apropiada sería la de «decir una mentira». Pero nadie traduciría de esta manera las palabras griegas λαλεῖν τ ψεῦδοϛ; y  al  insertar  en  el  margen la antigua y descartada glosa, los revisores solamente revelan la falta de satisfacción que sienten acerca de su propia versión. Las palabras tienen que referirse o bien a una mentira determinada, o bien, en un sentido abstracto, a aquello que es falso (ver Sal. 5:6 LXX). En esta perspectiva del pasaje, toda habla sería considerada como repartida entre la verdad y la mentira —habla de Dios y habla del diablo. Pero esto es algo imaginativo aquí y, a la vista de las palabras que siguen, más bien forzado. Y si, como me aventuro a proponer, lo que aquí tenemos a la vista no es lo falso en abstracto, sino un caso concreto de ello, ya no hay más cuestión de gramática. Y traducido de este modo, queda clara la relación entre Satanás el mentiroso y Satanás el homicida. El no es el instigador de todos los homicidios, sino del homicidio que está ahí y entonces en cuestión: el asesinato de Cristo; él no es el padre de mentiras, sino el padre de la mentira de la cual «el homicidio» es la consecuencia natural.
En Romanos 1:25, donde ambas palabras («verdad» y «mentira») tienen el artículo, supongo que ambas son utilizadas en el sentido abstracto. En Apocalipsis 21:27 y 22:15 la palabra «mentira» carece del artículo. Pero en 2 Tesalonicenses 2:11 es de nuevo la mentira de Juan 8:44. El inicuo que ha de ser todavía revelado queda descrito como aquel «cuya venida es mediante la operación de Satanás con todo poder y señales y milagros mentirosos». Dios no incita a los hombres a decir mentiras ni a creer mentiras. Pero de aquellos que rechazan «la verdad» está escrito: «Él les enviará un poder engañoso para que crean en la mentira». Debido a que han rechazado al Cristo de Dios, una ceguera judicial caerá sobre ellos con lo que aceptarán al cristo de la humanidad, que será Satanás encarnado.
En estas páginas me he mantenido apartado de la profecía, porque se dirigen en parte a aquellos que no creen en la profecía. Pero si el estudioso de la profecía se libera del mito acerca de Satanás, encontrará que la predicción divina del futuro se aclarará con una luz radiante. Terribles guerras han de convulsionar todavía a las naciones, y surgirán hambres como consecuencia. Pero el Hombre venidero traerá paz al mundo. Se atraerá el homenaje universal no solamente a causa de sus poderes milagrosos satánicos, sino debido a sus espléndidas cualidades humanas. Los adherentes a «la verdad» serán los únicos de toda la raza humana que tendrán razones para lamentar su soberanía. Su reinado será una era del «milenio» humano, un tiempo de orden y de prosperidad sin precedentes, en el que florecerán las artes de la paz y se cumplirán las utopías de los filósofos y de los socialistas. Y que el culto satánico que entonces prevalecerá sobre la tierra estará marcado por una elevada moralidad y una especiosa «forma de piedad» queda indicado en el hecho de que las Escrituras advierten que, si no fuera por la gracia de Dios, «engañaría a los mismos elegidos». Y me aventuro a pensar que esto ya se está prefigurando claramente en los sucesos actuales. Los cristianos se están tomando livianamente los ataques escépticos contra las Escrituras. Pero la verdadera cuestión implicada en estos ataques es la deidad de Cristo; y me aventuro a predecir que aquellos de nosotros que vivan otro cuarto de siglo serán testigos de un gran abandono de esta gran verdad por muchas de las iglesias. El declive de la fe durante los últimos veinticinco años ha sido pasmoso, y ya nos hallamos dentro de una distancia mensurable de una aceptación más general del culto satánico: de una religión marcada por una elevada moralidad y por una ferviente filantropía, pero totalmente carente de todo aquello es distintivamente cristiano. «Libres de dogma» es la expresión favorita: y esta «libertad» significa abandonar las grandes verdades del cristianismo.

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Historia:
Fecha de primera publicación en inglés: 1897
Traducción del inglés: Santiago Escuain
Primera traducción publicada por Editorial Portavoz en castellano en 1983
OCR 2010 por Andreu Escuain
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NOTA 6. El Diablo y sus tentaciones

NOTA 6.   El Diablo y sus tentaciones (véase Capítulo 11, notas al pie 3 y 16)

Si el lector abre el Nuevo Testamento, y ayudado por una buena concordancia examina cada pasaje en el que se menciona al diablo, se quedará asombrado al ver qué poco hay que dé un apoyo siquiera aparente a la superstición popular acerca de este tema. Solamente puedo hallar tres pasajes que parezcan sugerir que Satanás tiente a actos inmorales. De 1 Juan 3:8-10 ya he hablado. Los otros dos son 1 Corintios 7:5 y 1 Timoteo 5:15, y voy a abordarlos a continuación.
Naturalmente, en la tentación de nuestro Señor no entró la cuestión de la moralidad. El objetivo del diablo era apartarlo del camino de dependencia de Dios, y especialmente apartarlo del camino que llevaba a la Cruz. Y también fue esto lo que suscitó aquella terrible reprensión dirigida a Pedro cuando el Señor se dirigió a él llamándole «Satanás» (Mt. 16:23). Y cuando Satanás pidió tener a Pedro (como había pedido que se le diera Job), fue su fe lo que intentó destruir. «Pero yo he rogado por ti», añadió el Señor, «que tu fe no falte» (Lc. 22:31-32).
Y es indudable que fue recordando esto que el apóstol escribió las palabras: «Porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe» (1 P. 5:8-9). En la parábola de la cizaña en el campo, es el diablo el que siembra la cizaña (Mt. 13:39). Y en la parábola del sembrador se describe la obra del diablo como quitando la semilla de la palabra de los corazones de aquellos que la oyen, «para que no crean y se salven». Y si Elimas, el hechicero, fue llamado «hijo del diablo», fue debido a su intento «de apartar de la fe al procónsul» (Hch. 13:8-10).
Dos pasajes indican su misterioso «imperio de la muerte», esto es, Hebreos 2:14 y Judas 9, refiriéndose el último a su reclamación del cuerpo de Moisés como su derecho. Y otros dos pasajes indican su capacidad para infligir enfermedad y dolor, esto es, Lucas 13:16 y Hechos 10:38, pero estos pueden explicarse probablemente por referencia al caso de Job.
En Apocalipsis 12:9 se le designa como aquel «el cual engaña al mundo entero» (cp. Ap. 20:10); y en dicho libro es descrito como el dirigente en la gran lucha futura entre la fe y la incredulidad, entre el reconocimiento de Dios y la negación de Él. No hay necesidad de citar los muchos pasajes que indican su maligno odio contra Dios y Su pueblo, pero si él fuera el obsceno monstruo de la tradición cristiana, ¿cómo es que, de principio a fin, la Biblia guarda silencio acerca de este tema? En sus «estratagemas» contra los hombres, el Satanás de las Escrituras es el enemigo no de la moral, sino de la fe.
Y si a la vista de la masa de testimonios que llevan a esta conclusión nos volvemos de nuevo a los dos pasajes anteriormente mencionados, estaremos preparados para leerlos bajo una nueva luz. En 1 Timoteo 5 leeremos el versículo 15 a la luz del versículo 12. El apartarse «en pos de Satanás» a que aquí se refiere es con respecto a «haber quebrantado su primera fe». Y el cristiano no dudará en seguir a Calvino comprendiendo aquí la «fe» como la fe de Cristo. La palabra πιστός aparece doscientas veces en las Epístolas; y solamente se utiliza en este sentido, con la única excepción de Tito 2:10. Hay, por ello, una poderosa presunción en contra de que aquí no signifique más que la «fidelidad» de la mujer a su difunto marido. Además, tal sugerencia haría que el apóstol se contradiga a sí mismo. ¡Le haría decir que las jóvenes viudas «tienen condenación» porque quieren volverse a casar, y sin embargo termina con un mandato expreso de que se deben volver a casar! (v. 14.) Los versículos 11-13 nos dan sus razones para su orden. Este pasaje, por cierto, comporta una enérgica condena de los conventos de monjas, pero la interpretación que generalmente se le impone constituye un atentado a las Sagradas Escrituras y un burdo libelo en contra de las mujeres. Y puedo añadir que si tal interpretación fuera cierta, el límite de edad a partir del cual se tenía que proveer para las viudas hubiera sido puesto ciertamente inferior a la de sesenta años.
Las expresiones «se rebelan contra Cristo», y «apartándose en pos de Satanás», tienen que explicarse en correspondencia con la normativa bíblica de la vida espiritual y con la teología bíblica de las tentaciones satánicas. Así también con respecto a 1 Corintios 7:5. La solemne lección práctica a derivar de ello es que cualquier alejamiento de la prudencia y de la sobriedad puede dar a Satanás una ventaja: una ocasión para minar o corromper la fe del cristiano.
Con respecto a Ananías, su historia se lee tan erróneamente que la Iglesia se pierde la verdadera lección. Él no era un mal hombre, sino un buen hombre. En el entusiasmo de su celo vendió la propiedad de sus tierras a fin de dedicar el producto de su venta al fondo común. Pero aquí se le presentó la sugerencia de poner aparte una parte de ello para su propio uso. Su esposa andaba metida en el asunto, y mintió atrevidamente para esconderlo. Pero Ananías no dijo ninguna mentira, tan solamente la actuó, tal como la gente está acostumbrada a hacer hoy en día. Si él viviese con nosotros, gozaría de la mayor reputación posible. Lo cierto es que hay bien pocos en estos días de egoísmo que se pudieran comparar con él. La enseñanza que hallamos en este pasaje no es la maldad del hombre, sino la santidad y «severidad» de Dios, así como la sutileza de las tentaciones de Satanás. Satanás lo tentó no a un acto obsceno e «inmoral», sino solamente a hacer aquello que, como el apóstol le dijo, tenía un derecho indiscutible a hacer. El no mintió a los hombres —así nos lo dice la Palabra en forma expresa— sino que mintió a Dios, y un juicio repentino cayó sobre él. Si Dios estuviera tratando en la actualidad con las personas en base a este criterio, ¡la cantidad de entierros provocaría serias dificultades!
El caso de Judas no lo trató de una forma expresa porque cae evidentemente dentro de la categoría de las tentaciones dirigidas directamente en contra del mismo Cristo.

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Historia:
Fecha de primera publicación en inglés: 1897
Traducción del inglés: Santiago Escuain
Primera traducción publicada por Editorial Portavoz en castellano en 1983
OCR 2010 por Andreu Escuain
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NOTA 5. Significado del término «misterio»

NOTA 5.   Significado del término «misterio» (véase Capítulo 10, nota 6)

El significado primario y usual de μυστήριον en griego bíblico queda indicado por su uso en la Septuaginta. Aparece ocho veces en el segundo capítulo de Daniel (vv. 18, 19, 27, 28, 29, 30, y 47 dos veces), y de nuevo en el capítulo 4:9, y se traduce cada vez como secreto en nuestra versión inglesa. También en los apócrifos y siempre en el mismo sentido. Este es también su uso ordinario en el Nuevo Testamento; pero este término estaba ya entonces adquiriendo un significado adicional que aparece en los escritos de los Padres griegos, esto es: un símbolo o un signo secreto. Y es en este sentido que parece que se usa en Apocalipsis 1:20 y en 17:5-7. En el capítulo 10:7 aparece en su sentido primitivo. Este es aparentemente el caso en Efesios 5:32, aunque la Vulgata lo comprende de forma diferente, y utiliza la palabra sacramentum para traducirlo al latín. Si se ha de leer en el primer sentido, el secreto al que se refiere es que los creyentes son miembros del cuerpo de Cristo: si se entiende en el otro sentido, el símbolo propuesto es el del matrimonio.
La traducción latina de Efesios 5:32 es de especial interés por cuanto indica el significado original de sacramentum como «un misterio; una prenda o compromiso santo o misterioso» (Webster). Así, el obispo Taylor habla de Dios enviando a Su pueblo «el sacramento de un arco iris». Y Hooker escribe: «Tantas veces como mencionamos un sacramento, se entiende de manera inadecuada; porque en los escritos de los padres antiguos todos los artículos que son peculiares a la fe cristiana, todos los deberes de la religión que contienen aquello que los sentidos o la razón natural no pueden discernir por sí solos, son designados por lo general sacramentos. El uso limitado que hacemos de esta palabra para designar algunas pocas ceremonias sagradas principales comporta en cada una de estas ceremonias dos cosas, el aspecto material de la ceremonia misma, que es visible; y juntamente con ello algo más secreto, con referencia a lo cual concebimos que aquella ceremonia es un sacramento».
Se observará que en este pasaje la palabra se usa precisamente en el sentido secundario que se le asigna en el Diccionario de Johnson, esto es: «Un signo exterior y visible de una gracia interna y espiritual. La primera acepción de la palabra, según Johnson, es «un juramento», y es posible que la palabra latina sacramentum haya adquirido dicho significado debido a algún acto o señal externos que acompañara a la toma de un juramento. Según la utilización que Hooker hace de la palabra sacramentum, así se describiría la práctica inglesa de besar el Nuevo Testamento.

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